De vuelta a casa.

Él se dio la vuelta, y al fin la vio. La cosa más bella que existía para él en aquel mundo, la cual estaría junto a él para siempre, venía a toda velocidad hacía él para abrazarlo.

- Yo también a ti, Alice, cariño - dijo, y le besó el pelo con dulzura, mientras le sujetaba por la cintura con los brazos, estrechándola contra él.
¡Hacía tanto tiempo que no aspiraba su dulce aroma!

- Yo también me alegro de haber vuelto - le dije. - No debí irme... al menos no sin ti.
Le besó apasionadamente, como si la vida dependiera de ello, como si fuera la última vez que la viera y quisiera dejarle un buen recuerdo. Pero estaba seguro de que no era el último.
- Te he traído una cosa - dijo, al separar sus labios. Y sonrió.

El la soltó delicadamente y se acercó a su maleta. La abrió y cogió una cajita pequeña recubierta de tela azul. Se giró y le mostró lo que había en su interior.
- Todo este tiempo en que estado fuera... he estado pensando mucho - comenzó -. Y bueno, supongo que esta joya no te llega ni a la suela de los zapatos. Pero, por otro lado, nada más verla, me di cuenta de que debía ser tuya, así que, aquí está.
Cogió la cadena y se puso detrás de ella para colgársela al cuello.

- No es molestia. Te mereces mucho más. - le dijo, y le besó de nuevo. - Por cierto... ¿Qué has visto? - sonreí -. Sabes que a mí no me puedes engañar, te conozco demasiado bien.

- Ya... ¿Sólo eso? - preguntó, sin estar totalmente seguro. - Sabes que los licántropos no son mucho problema y... - entonces notó como su sonrisa desvanecía de su precioso rostro y calló. - ¿Qué te pasa? - preguntó.

Notó el nerviosismo que destilaba por todos lados, desde sus venas vacías de hacía mucho tiempo, e intentó calmarla. Le fue difícil, ya que empezaba a ponerse a cien con tanto beso, pero consiguió calmarla un poco.
Sin esfuerzo alguno la cogió en brazos y subió las escaleras hasta su habitación, que descansaba vacía, no por mucho tiempo.

No pudo contener una sonrisa de felicidad. Quizá una de las más felices de su vida.
Colocó sus manos al final de la camiseta que llevaba Alice y la fue estirando para arriba, hasta que paró debajo de los pechos. Y sus abios bajaron hasta su ombligo.
Ella cerró los ojos mientras él le besaba y sobaba todo el abdomen...

No aguantó más y le quitó la camiseta entera, dejándola en sujetador. Y la miró fijamente a los ojos. Unos ojos que ardían en deseo, imaginaba que al igual que los suyos. Tenía ganas de volverla a sentir como antes de marcharse, de sentir ese placer que ni la sangre humana podía superar.
Le besó los labios apasionadamente mientras hábilmente le quitaba el sujetador negro de encaje con las manos. ¡Era injusto que siempre fuera tan irremediablemente sexy vestida! Bueno, y desvestida también...
Tiró el sujetador al suelo sin importarle lo más mínimo dónde iba a caer. Se estaba impacientando, sentía como sus pantalones aplastaban su miembro y quería deshacerse de ellos ya.
Ella pareció notarlo...

Sintió como masturbaba su miembro, y sin quererlo, empezó a gemir de placer. Ella sonreía satisfecha, mirándolo a los ojos. A él le encantaba que le hiciera eso, y ella lo sabía, por eso lo hacía.
Los gemidos fueron subiendo de tono más y más, hasta que él no pudo más. De un salto se colocó encima de ella y le quitó los pantalones, rompiéndolos. Pero no les importó. Ella nunca les dejaba usar la misma ropa más de dos veces, y mucho menos la suya propia.
Empezó a besarla por todo el cuerpo con pasión...