Comprando una cama nueva.

Llegamos a Port Angeles y aparqué justo al lado de una tienda de muebles que parecía carísima. Todo un lujo. Antes de que Alice pudiera bajar del coche, salí yo y le abrí la puerta del copiloto para que saliera.
- Señora Cullen. - dije a lo antiguo. - Creo que vas a disfrutar mucho en esta tienda. Parece cara. - le dije mientras cerraba la puerta cuando ella ya había salido.

- Algún día... - contesté, y entré detrás de ella en la tienda.

Miré fijamente la cama que me señalaba ella. Parecía cómda. Me acerqué y sin más, me tumbé en ella, con la excusa de comprobar su comodidad. Ella sonrió y se acercó a mí. Y me volvió a preguntar qué me parecía.
- Muy cómoda - dije yo con una sonrisa en mis labios -. ¿Y a ti qué te parece? - le pregunté.

Yo le devolví aquella sonrisa, y en un ágil movimiento, me levanté de la cama.
Llamé al tío que se encargaba de todo aquello y Alice habló con él. Mientras yo me puse a inspeccionar un poco más a fondo la tienda. Vamos, que probé una a una todas las camas que había. La verdad es que no había ni una que no fuera cómoda. Normal, supongo.

- Oh, oh - murmuré mientras me dejaba guiar de la mano de Alice por toda la ciudad.
No es que no me gustase ir se compras, ya que estaba acostumbrado. Pero aun así, era un tío, y es normal que no me gusten... ¿No? Que yo sepa, a nadie de mi familia les gusta. Por parte masculina, claro. Rosalie y Esme no cuentan.
- Alice, ¿adónde me llevas? - pregunté, temiendo lo peor.

"Traje... de... boda" pensó. "Oh, no"
- Pero si todavía falta mucho para la boda de Edward - me quejé. - ¿De verdad tenemos que comprar ya mi traje? - pregunté, poniendo los ojos en blanco.
Ella asintió sin mirarme y me arrastró dentro de la tienda. Entonces me soltó, y yo me acaricié la mano teatralmente como si me hubiera hecho daño, y sonreí.

Sonreí pícaramente.
- Está bieeeen... - dije - Me dejo toquetear por esas señoritas tan guapas... - me miró mal - ... y desesperadas, cariño. La única que me interesas eres tú.
Entonces la besé y aquellas chicas se acercaron para tomarme medidas. Argg, ojalá acabaran pronto.

Entré, tal y como me dijo Alice, y me puse el traje en un santiamén. Me miré al espejo antes de salir para que saliera. La verdad es que no me quedaba nada mal, era muy elegante.
Entonces salí del probador y busqué a Alice con la mirada, que cotilleaba por la tienda. Me acerqué a ella por detrás y susurré a su oido.
- ¿Qué te parece?

- Pesaaaaaada... - susurré. Aunque sabía que, quisiera o no, ella lo habría oído. Cogí el traje que me había enseñado y volví a meterme en aquel oscuro y maloliente probador.
Salí corriendo al cabo de un minuto.
- No me hagas volver a entrar ahí - le dije -. Huele horrorosamente mal.

Fuimos hasta la caja y compramos los dos trajes. Después salimos de la tienda.
- Vale... ¿algo más, querida? - pregunté con un tono de voz teatrero.

- Pues vamos. - dije, y sonreí aliviado.
Nos dirigimos hasta el coche y le di las llaves.
- Ahora te toca conducir a ti hasta casa. Jujuju. - me reí. Y subí al coche.